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Paulino Viota: el cine por todos los medios

Director poco prolífico aunque incansable, figura clave en lo que se podría llamar una historia paralela del cine español, Viota hace cine, además, con la pluma y con la palabra, porque las imágenes también se conciben con el cuerpo del cineasta

Con pocas películas en su haber y con mucho predicamento  —sus clases y exposiciones alcanzan estatura de mito—, Paulino Viota se ha convertido en un secreto expuesto donde el cineasta siempre es cineasta por cualquier medio. Está en su flamante libro: se puede ser vampiro o se puede ser criptólogo; se puede “interpretar” las imágenes, hacerlas comparecer ante el tribunal de faltas, o se puede abrazarlas, fundirse con ellas, pensar en ellas, robarlas. Como todo gran cineasta, Viota se ha vuelto experto en reflexionar sobre el cine; en ver cómo se hace, con qué dispositivos se conduce, con qué ideas trafica, de qué rimas se sirve para ser un gran arte: nuestro “enfermo” preferido, periódicamente examinado y desahuciado. Viota no solo piensa sino que enseña. En el libro están sus cuadros, sus descripciones minuciosas, su talante cartesiano: Viota cree tanto en el cine que sabe que no queda más que trasmitirlo con la mayor precisión y la mayor sagacidad de la que sea capaz. Nada menos que eso para el cine; el métier, el oficio, pero también el misterio: el goce de comunicar lo que se pueda comunicar para acercarse a él.

Viota lleva al lector de Godard y Eisenstein al cine clásico con las figuras tutelares de Ford, Hawks y Hitchcock, a los que analiza con pasión y obstinación. Pero también opera por montaje, hace cruces, ofrece sintagmas inesperados y felices con una habilidad y esplendor de esgrimista. Va en busca de la estructura de una película, pero encuentra además la sustancia verdadera de sus “partes rotas y trituradas” que revelan al final un espíritu de unidad, según reza una bella cita de Nabokov que el libro incorpora. Cada film respira por sí mismo, pero también unos habitan en la conciencia de otros; algunas escenas remiten a las de otras películas. La historia del cine es también una red de coordenadas, de encrucijadas, de caminos que van y vuelven y sobre los que le resulta imperativo echar luz. Separar para ver; mirar el todo y advertir los breves parpadeos, esos fragmentos que el intelecto del cineasta que es también pensador y escritor no puede pasar por alto. Las películas se contienen en ocasiones unas a otras, se reflejan y repelen; muestran su personalidad por asociación y también por oposición. Si una de sus especialidades es John Ford, con sus juegos de emoción pergeñados en la fragua de repeticiones sensibles, de gestos rimados, de motivos danzantes, tampoco desatiende los pequeños descubrimientos, de esos en los que se expresa la mirada desafiante del que filma sin manipular cámara alguna. El que “se hace la película”, el que vive en la película ajena como si fuera propia. 

«Viota mira con ojos de cineasta lúcido, interesado en la filigrana de un arte compartido, en sus señas perdurables»

El libro resulta un extraordinario manual acerca de la mirada. Viota mira con ojos de cineasta lúcido, interesado en la filigrana de un arte compartido, en sus señas perdurables. El autor se ocupa con predilección de las aventuras de la forma como emanaciones del espíritu artístico. Oliveira bebiendo del clasicismo para sus primeras películas; Glauber como asimilación inesperada de Welles y Ford. Tati con la capacidad de observación de un dios que mira “todo a la vez”, lacónico y desencantado: Viota puede ser analítco y pródigo en salidas poéticas. Su prosa es la de un cineasta que escribe comprometido hasta el tuétano con su oficio; su erudición se prodiga hacia el lector con una amabilidad infinita. Quiere hacerse entender, pero no renuncia por ello a todas las conexiones, a los encuentros impensables. ¿Los planos generales de Ford restituidos y llevados a otros puertos por Elia Kazan? Nos vemos impelidos a revisar Kazan a partir de esa breve mención. Viota escribe para todos los devotos del cine; su destreza didáctica es un llamamiento a no dar nada por sentado, a ver y a pensar dos veces. Con el título El vértigo de la rectificación se corrige a sí mismo sobre un viejo artículo “equivocado” de Vértigo y trae de paso a The Searchers y Río Grande, minuciosamente analizados, como testigos para desmentir el lugar común de que buena parte de las películas clásicas americanas están necesariamente divididas en dos partes.

«El autor se ocupa con predilección de las aventuras de la forma como emanaciones del espíritu artístico»

Las páginas dedicadas a Río Grande, precisamente, alcanzarían por sí solas para justificar el libro. Viota se lanza a una escrupulosa exploración del film en el que se describen las canciones, los diálogos, las referencias históricas, su sistema de citas; todo un “programa Ford” que funciona como mapa tentativo para seguir descubriendo la sutileza sorprendente de su cine. Cada secuencia analizada es una oportunidad para que Viota ofrezca las ráfagas de su pasión lúcida, esmeradamente generosa: visiones compartidas con el lector acerca de la perfección de una película acaso imperfecta. Ford, a esta altura lo podemos decir, es quizá la figura principal del libro. Ahí está ese bello fotograma en la parte inferior de la portada, por otra parte, extraído de Río Grande, justamente. ¿Ford es el más grande artista de la historia del cine? El de Santander no lo dice: como el propio Ford, el autor trabaja en niveles de mostración y en niveles de sugerencia. Esta obra de Viota nos exime de lo demasiado dicho para que miremos a través del ojo atento del cineasta.

 


La herencia del cine. Escritos escogidos
Paulino Viota
Ediciones Asimétricas
Madrid, 2020
360 páginas
24 euros

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