Horas críticas

Dresde o el crimen de los ‘buenos’

En Alemania la noche nunca trajo nada bueno. Primero fue la Noche de los Cristales Rotos. Después, como epígono a la barbarie nazi, ocurrió la no menos bárbara Noche del Bombardeo de Dresde. Se cumple ahora el 75 aniversario de aquel horror

A mediados del XVIII el fino Belloto pintó su idílica postal de Dresde y el río Elba. Herder dijo que Dresde era la “Florencia alemana”. El marbete se popularizó y tradujo después de forma algo cursi como la “Florencia del Elba”. El romántico Caspar David Dietrich reflejó la pradería y los arados de los alrededores, entre los que sobresalía, sobre árboles raquíticos e inquietantes pájaros negros, la aguja de la Frauenkirche, icono del luteranismo, y otras delicias verticales de la Altstadt (la ciudad vieja).

El cuadro de Caspar Dietrich podría ser un entresueño de lo que acontecería siglo y medio después. Sus pájaros negros de 1824 se convirtieron en la noche del 13 de febrero de 1945 en los bombarderos homicidas capitaneados por el mariscal del aire sir Arthur Harris. La devastación de Dresde parecía el preludio de un mal sueño recurrente que iba aclarando sus horribles contornos. Tras la Primera Guerra Mundial, Otto Dix –otra figura influyente de Dresde– solía tener pesadillas en las que se veía acosado por ruinas en llamas.

El libro de Sinclair McKay nos introduce de lleno en la devastación de Dresde. En 1930, con el nazismo tomando aire, la ciudad construida con orfebrería de piedra ofrecía un excelso panorama de cultura y civilización. Tras el brutal bombardeo nocturno, la ciudad diurna hacía visible la devastada maqueta en la que quedó convertida. Desde lo alto del ayuntamiento la estatua del ángel de la Bondad, que había sobrevivido al bombardeo, se erigía por encima de aquella enorme papilla.

Hace unos días se cumplía el 75 aniversario de uno de los más terribles bombardeos de la historia. Lo que hace particular la aniquilación de Dresde es la brutalidad tardía con que se ejecutó por los Aliados, los llamados ‘buenos’ de la guerra. El mérito de McKay es ofrecernos no un lamento pacifista más, sino un libro coral y minucioso, que estudia los testimonios, las fuentes orales de quienes sobrevivieron al infierno (25.000 personas murieron aquella noche de febrero).

«El mérito de McKay es ofrecernos no un lamento pacifista más, sino un libro coral y minucioso»

Incluso sabemos qué pensaban, cómo vivieron aquella hora y aquel día los pilotos responsables de la masacre. Cuenta McKay que muchos temieron morir abrasados por las propias lenguaradas de fuego que salían despedidas de la tierra. El sujetador de la novia o la esposa, una gorra o unos calcetines tuvieron para ellos, como íntimos amuletos, más importancia que un crucifijo. Tendidos bocabajo en los aviones, abrían las compuertas para soltar las bombas, asustados por que el furibundo fuego de abajo los calcinase también a ellos. He aquí, pues, el mérito de McKay entre otros muchos. Conocemos al culpable de aquella barbaridad igual que sabemos qué hacían o cuál era la vida de las víctimas alemanas antes y después de la devastación de su ciudad.

¿Por qué Dresde? ¿Por qué aquella matanza tardía? El primer impulso nos lleva a pensar que la indecencia de Dresde fue la venganza a las indecencias cometidas por el nazismo en Europa (la ciudad, como todas, había acogido con fervor el nacionalsocialismo ambiental de su tiempo). Pero sería hacer un resumen apresurado y vago. McKay advierte: no ha que hacer de Dresde una ciudad fetiche al gusto de la nueva extrema derecha alemana.

Trazando una higiénica raya moral, cuando pensamos en Dresde recurrimos también a W. G. Sebald y a su Sobre la historia natural de la destrucción. Sebald preguntaba en alto aireaba una molesta pero crucial verdad. ¿Por qué la memoria cultural de Alemania ha callado siempre el hecho de que 600.000 alemanes murieron durante los bombardeos aliados en la II Guerra Mundial? El de Dresde fue el más simbólico, pero no el único (Hamburgo, Bremen, Mannheim, Colonia, Frankfurt, Nuremberg).

Autor de unos estremecedores diarios de la época, el judío Victor Klemperer (sobreviviente en Dresde al horror nazi y a la noche de febrero de 1945), había definido a la ciudad como un “estuche barroco”. Tras el bombardeo la “Florencia del Elba” quedó cconvertida en un barroquísimo relicario de destrucción. El escritor norteamericano Kurt Vonnegut, prisionero en un matadero de Dresde desde 1943, fue obligado a desenterrar a los miles de muertos que yacían bajo escombros y ruinas. “Andar por la ciudad era como caminar por la luna”, escribió el autor de Matadero cinco o La cruzada de los niños, su novela inspirada en la machacada Dresde.

Dresde 1945. Fuego y oscuridad
Sinclair McKay.
Traducción de Martin Schifino.
Taurus (Barcelona, 2019).
416 páginas
21,75 €

APTO PARA: Amigos de las efemérides, europeos cabales, lectores dignos de tal nombre
NO APTO PARA: Memoricidas, tramposos y medio nazis de nuevo cuño

Un comentario

  1. Luis Manteiga Pousa

    Los nazis fueron unos asesinos despiadados, auténtica escoria humana, un peligro para la Humanidad, pero una cosa no quita la otra. Los bombardeos de Dresde fueron un crimen de guerra con alguna similitud con Hiroshima y Nagasaki.

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